Experiencia vital de mi amigo Agustín Rubio, agradeciendo vivir. Eres buena gente, mereces lo mejor.
Agustín, es un orgullo ser amigo tuyo
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BONITA EXPERIENCIA
Voy a hacer un resumen de
las cosas tan bonitas que me han ocurrido esta primavera. Quizá no
lo haga muy bien estructurado pero lo vais a entender.
He pasado 79 días
hospitalizado y quiero aclararos unas cuantas cosas, sobre todo a los
que sentís pena porque me queréis.
Pues bien, estos días
han sido para mí muy especiales, bonitos y enriquecedores,
exceptuando los seis días que tuve puesta la sonda naso gástrica y
que creo que lo pasé francamente mal, sólo que al día de hoy me
queda el recuerdo de haber comentado que lo estaba pasando muy mal
pero se me ha olvidado completamente la angustia que dio lugar a ese
comentario. Todo lo demás ha sido positivo y me ha hecho madurar de
una forma muy bonita.
Empezaré hablando de mi
principal acompañante, Reme, esa mujer que se embarcó en la
aventura de compartir la vida conmigo hace treinta años y en estos
días de hospitalización, no me ha dejado solo ni un solo día. Por
las mañanas trabajaba y por las noches dormía a mi lado en un duro
sillón abatible aunque yo era autosuficiente, pero ella por nada del
mundo quería dejar de dormir cerca de mí y cogernos un ratillo de
las manos antes de dormirnos. Después de esta vivencia, la siento
más cerca, nos queremos más.
Mis hijos con ganas de
estar informados constantemente de mi progresión, Carlos llamaba
todos los días y venía a Toledo cuando tenía ocasión y Jaime
escribiéndonos a diario, buscando la coincidencia en el ordenador
con su madre para hablar por Skype y llamando por teléfono.
Mis sexagenarios hermanos
vinieron desde la costa a mi intervención y después llamaba cada
día uno para no molestar en los primero días y luego se ponían en
contacto entre ellos para compartir la información. Pues ha sido
como renovar los votos de cariño fraternal, también me siento al
día de hoy más unido a ellos.
Han venido a verme muchos
amigos, únicamente porque me querían, algunos varias veces, Carlos
y Enrique todos los días, tenían más o menos tres tareas que
cumplir por la mañana: comprar el pan, visitar a Agustín y tomar
unos vinillos.
Mi cuñada Marta, a la
que quiero como si fuera de mi sangre, venía desde Madrid todos los
sábados a darme un ratillo de compañía y a contarme sus cosas, y
su marido Jacius (hermano menor) lo hacía los domingos para no dejar
solos a los abuelos.
Carmen Díaz vino un par
de veces, en una de ellas me pilló dormido y se sentó en silencio,
cuando abrí lo ojos la vi mirándome con una bonita sonrisa.
Otra visita especial fue
la de dos matrimonios: Alberto-Alberta y Jacinto-Maribel que vinieron
a verme desde Puertollano cargados de presentes.
La vida en el hospital,
poco diferente a la de fuera pues se trata del mismo protagonista en
distinto terreno. Mis paseos se reducían a recorrerme los pasillos
arrastrando una especie de perchero con una gran bolsa de comida
“parenteral” que parecía mi bandera, con ellos calculaba que
recorría unos tres kilómetros diarios y a un paso siempre superior
al de todo el vejamen que andaba por allí; tres semanas para una
maratón.
Otra experiencia muy
bonita fue mi trato con el personal sanitario. Cuando, en los
primeros días oía a mi compañero de suite poner adjetivos a las
enfermeras según su comportamiento, empecé a entender que la gente
se comporta según nosotros queramos, en este caso “la rancia”,
una señora gorda que a penas nos dirigía la palabra, conseguí que
conmigo se riera y como consecuencia me considerara simpático. Aquí
me di cuenta que las personas son como instrumentos musicales, los
hay violines, tambores, pianos… cada uno con su música particular,
pero los músicos somos nosotros, en este caso el músico sería yo y
tenía que aprender que al violín hay que acariciarlo con el arco
para sacar lo mejor de si mismo, el tambor nos dará bonitos redobles
con los palillos adecuados y así cada persona dará lo mejor de sí
misma si utilizamos el instrumento universal llamado cariño
Ana y Joli se juntaban
para venir a contarnos cosas de humor, se partían con las
ocurrencias de Reme y mías, no querían que me fuese de alta sin
darme antes un achuchón y me lo dieron.
En el segundo periodo,
desde principios de abril me cambiaron de planta, aquí conocí a más
gente maravillosa. Los primeros días Lola hizo algo que me molestó,
pasó a la habitación, a mi compañero le cambió la toalla y a mí
me dijo que usara la de ayer, no le di importancia al principio, pero
al rato me sentí molesto y pensé enfadarme con ella. Por supuesto
no lo hice, no cometí el error de volverme estúpido yo también,
sino que actué con ella con tacto y educación, así, en vez de
volver a tener otra rancia, conseguí que me proporcionara las
toallas o pijamas que me hacían falta y si no los tenía los
buscaba.
La más cercana de esta
planta era Carmen, una enfermera muy gordita religiosa de cerca de
setenta años que no se quería jubilar y desde el primer momento nos
hicimos amigos, me contaba cosas de su vida religiosa, era
cisterciense y pasaba los fines de semana en un convento de Toledo
escuchando charlas y rezando. Un día no me dio un sopapo porque se
partió de risa, me tenía cogido de brazo y le hice un comentario:
“Carmen parecemos un diez”. Luego cada vez que me veía se volvía
a poner a mi lado para preguntar al resto de enfermeras a qué nos
parecíamos.
Los médicos excelentes.
El penúltimo escáner no consiguieron hacérmelo antes del lunes
porque todas las horas del fin de semana estaban cogidas, pero el
sábado tuve algo de fiebre y el urólogo de guardia, Natanael,
consiguió que me lo hicieran el domingo y llamó a casa a dos
intervencionistas para que vinieran a cambiarme la vía. En cuanto a
la uróloga que llevaba mi caso y que estuvo operándome, creo que si
hubiera sido de mi famita no me hubiese tratado con tanto interés y
cariño. Todos los días venía a verme, si estaba libre, acudía con
ropa de calle, si era el día de las consultas, se acercaba a verme
antes de empezar y en Semana Santa, llamaba por teléfono a diario.
Resumiendo: Días
felices, he leído mucho, he hablado con toda la gente que me conoce,
me han visitado más amigos y familiares que en todo un año y he
conocido a gente maravillosa. Eso no quiere decir que quiera volver
al hospital, sólo que la vida ha sido bonita, especialmente porque
el protagonista era yo pero ahora mi camino tomará otras direcciones
siempre contando con vuestro cariño y amistad.
Ya os contaré.
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