lunes, 1 de octubre de 2012

CURA DE HUMILDAD; AGRADECIMIENTO AL HOSPITAL, A LAS PERSONAS Y A LA VIDA.



Experiencia vital de mi amigo Agustín Rubio, agradeciendo vivir. Eres buena gente, mereces lo mejor.
Agustín, es un orgullo ser amigo tuyo

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                                                              BONITA EXPERIENCIA
Voy a hacer un resumen de las cosas tan bonitas que me han ocurrido esta primavera. Quizá no lo haga muy bien estructurado pero lo vais a entender.
He pasado 79 días hospitalizado y quiero aclararos unas cuantas cosas, sobre todo a los que sentís pena porque me queréis.
Pues bien, estos días han sido para mí muy especiales, bonitos y enriquecedores, exceptuando los seis días que tuve puesta la sonda naso gástrica y que creo que lo pasé francamente mal, sólo que al día de hoy me queda el recuerdo de haber comentado que lo estaba pasando muy mal pero se me ha olvidado completamente la angustia que dio lugar a ese comentario. Todo lo demás ha sido positivo y me ha hecho madurar de una forma muy bonita.
Empezaré hablando de mi principal acompañante, Reme, esa mujer que se embarcó en la aventura de compartir la vida conmigo hace treinta años y en estos días de hospitalización, no me ha dejado solo ni un solo día. Por las mañanas trabajaba y por las noches dormía a mi lado en un duro sillón abatible aunque yo era autosuficiente, pero ella por nada del mundo quería dejar de dormir cerca de mí y cogernos un ratillo de las manos antes de dormirnos. Después de esta vivencia, la siento más cerca, nos queremos más.
Mis hijos con ganas de estar informados constantemente de mi progresión, Carlos llamaba todos los días y venía a Toledo cuando tenía ocasión y Jaime escribiéndonos a diario, buscando la coincidencia en el ordenador con su madre para hablar por Skype y llamando por teléfono.
Mis sexagenarios hermanos vinieron desde la costa a mi intervención y después llamaba cada día uno para no molestar en los primero días y luego se ponían en contacto entre ellos para compartir la información. Pues ha sido como renovar los votos de cariño fraternal, también me siento al día de hoy más unido a ellos.
Han venido a verme muchos amigos, únicamente porque me querían, algunos varias veces, Carlos y Enrique todos los días, tenían más o menos tres tareas que cumplir por la mañana: comprar el pan, visitar a Agustín y tomar unos vinillos.
Mi cuñada Marta, a la que quiero como si fuera de mi sangre, venía desde Madrid todos los sábados a darme un ratillo de compañía y a contarme sus cosas, y su marido Jacius (hermano menor) lo hacía los domingos para no dejar solos a los abuelos.
Carmen Díaz vino un par de veces, en una de ellas me pilló dormido y se sentó en silencio, cuando abrí lo ojos la vi mirándome con una bonita sonrisa.
Otra visita especial fue la de dos matrimonios: Alberto-Alberta y Jacinto-Maribel que vinieron a verme desde Puertollano cargados de presentes.
La vida en el hospital, poco diferente a la de fuera pues se trata del mismo protagonista en distinto terreno. Mis paseos se reducían a recorrerme los pasillos arrastrando una especie de perchero con una gran bolsa de comida “parenteral” que parecía mi bandera, con ellos calculaba que recorría unos tres kilómetros diarios y a un paso siempre superior al de todo el vejamen que andaba por allí; tres semanas para una maratón.
Otra experiencia muy bonita fue mi trato con el personal sanitario. Cuando, en los primeros días oía a mi compañero de suite poner adjetivos a las enfermeras según su comportamiento, empecé a entender que la gente se comporta según nosotros queramos, en este caso “la rancia”, una señora gorda que a penas nos dirigía la palabra, conseguí que conmigo se riera y como consecuencia me considerara simpático. Aquí me di cuenta que las personas son como instrumentos musicales, los hay violines, tambores, pianos… cada uno con su música particular, pero los músicos somos nosotros, en este caso el músico sería yo y tenía que aprender que al violín hay que acariciarlo con el arco para sacar lo mejor de si mismo, el tambor nos dará bonitos redobles con los palillos adecuados y así cada persona dará lo mejor de sí misma si utilizamos el instrumento universal llamado cariño
Ana y Joli se juntaban para venir a contarnos cosas de humor, se partían con las ocurrencias de Reme y mías, no querían que me fuese de alta sin darme antes un achuchón y me lo dieron.
En el segundo periodo, desde principios de abril me cambiaron de planta, aquí conocí a más gente maravillosa. Los primeros días Lola hizo algo que me molestó, pasó a la habitación, a mi compañero le cambió la toalla y a mí me dijo que usara la de ayer, no le di importancia al principio, pero al rato me sentí molesto y pensé enfadarme con ella. Por supuesto no lo hice, no cometí el error de volverme estúpido yo también, sino que actué con ella con tacto y educación, así, en vez de volver a tener otra rancia, conseguí que me proporcionara las toallas o pijamas que me hacían falta y si no los tenía los buscaba.
La más cercana de esta planta era Carmen, una enfermera muy gordita religiosa de cerca de setenta años que no se quería jubilar y desde el primer momento nos hicimos amigos, me contaba cosas de su vida religiosa, era cisterciense y pasaba los fines de semana en un convento de Toledo escuchando charlas y rezando. Un día no me dio un sopapo porque se partió de risa, me tenía cogido de brazo y le hice un comentario: “Carmen parecemos un diez”. Luego cada vez que me veía se volvía a poner a mi lado para preguntar al resto de enfermeras a qué nos parecíamos.
Los médicos excelentes. El penúltimo escáner no consiguieron hacérmelo antes del lunes porque todas las horas del fin de semana estaban cogidas, pero el sábado tuve algo de fiebre y el urólogo de guardia, Natanael, consiguió que me lo hicieran el domingo y llamó a casa a dos intervencionistas para que vinieran a cambiarme la vía. En cuanto a la uróloga que llevaba mi caso y que estuvo operándome, creo que si hubiera sido de mi famita no me hubiese tratado con tanto interés y cariño. Todos los días venía a verme, si estaba libre, acudía con ropa de calle, si era el día de las consultas, se acercaba a verme antes de empezar y en Semana Santa, llamaba por teléfono a diario.
Resumiendo: Días felices, he leído mucho, he hablado con toda la gente que me conoce, me han visitado más amigos y familiares que en todo un año y he conocido a gente maravillosa. Eso no quiere decir que quiera volver al hospital, sólo que la vida ha sido bonita, especialmente porque el protagonista era yo pero ahora mi camino tomará otras direcciones siempre contando con vuestro cariño y amistad.
Ya os contaré.

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