COPIO, CORTO Y PEGO
A LA CARGA
La increíble historia de Mariano Rajoy
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Esta es la increíble historia de Mariano Rajoy, un político inverosímil al que sus rivales no se han tomado suficientemente en serio, con consecuencias catastróficas para todos ellos. Son muchos los prodigios que se le atribuyen en su tierna infancia: los vecinos de Pontevedra aseguran que nació con barba, que podía leer los titulares del Marca a los ocho meses de edad, que fumaba puros a los dos años y que recitaba de memoria los artículos del Código Mercantil antes de cumplir los cinco. Pero los prodigios más asombrosos llegarían tiempo después, ya iniciada su trayectoria política. El más llamativo de todos fue ganar las elecciones de 2015.
Toda su carrera de servicio público a la derecha española ha venido marcada por tres refranes, que articulan y dan sentido a su biografía política. Los dos primeros son de españolísima raigambre y el tercero es incomprensible y de aplicación universal. El primero y más importante es este: “El tiempo pone a cada uno en su lugar”. El mismo Heráclito el Oscuro podría haber sido el autor de este apotegma. El segundo, “el que la sigue, la consigue”. Y el tercero, “la venganza es un plato que se sirve frío”. Gracias a la práctica de estos sabios principios, Mariano Rajoy ha alcanzado una templanza de ánimo epicúrea, una especie de ataraxia política que le permite sobrellevar las mayores catástrofes sin perder no ya la calma, sino ese distanciamiento flemático que llamamos impasibilidad.
Cuando todos los “listos” de este país le pedían a Rajoy que se dejara de numantinismos y pidiera el rescate de una vez, el presidente del Gobierno supo ver la conveniencia de ganar tiempo y esperar a que amainara la tormenta. El tiempo, su cómplice más fiel, acabó dándole la razón.
Duro como el pedernal, Rajoy atesora una experiencia que muy pocos más han vivido: la de ver pasar los cadáveres de sus rivales y enemigos, uno detrás de otro. Él estaba en la terna de Aznar, con Rodrigo Rato y Jaime Mayor Oreja. ¿Qué ha sido de los otros dos? Mayor Oreja anda por ahí defendiendo la tesis lunática de que “la ETA” está ganando la partida a “los demócratas”. Por su parte, Rodrigo Rato ha acabado en el imaginario popular como el paradigma de gánster financiero-político, suficientemente espabilado como para hundir Bankia y ganar después consejos y cargos en las empresas del Ibex 35.
Rajoy consiguió ser el elegido, si bien su jefe le puso dos escoltas que controlaran sus movimientos y declaraciones, Eduardo Zaplana y Ángel Acebes. Pero Rajoy supo deshacerse de los dos con su discreción habitual. ¿Alguien se acuerda de ellos? Abandonaron la política y hoy se dedican a la buena vida.
Ante la segunda derrota electoral, la de 2008, unos cuantos en el PP trataron de moverle la silla a Rajoy, con el apoyo de periodistas como Pedro J. Ramírez y Federico Jiménez Losantos. A Ramírez lo terminaron echando de El Mundo y a Jiménez Losantos de la COPE: sus carreras meteóricas se frenaron en seco… por enfrentarse a Mariano. Los dos han perdido toda la influencia política y social que tuvieron en su momento. En cuanto a quienes participaron en la conjura del PP, como Esperanza Aguirre, quedaron todos ellos laminados en el seno del partido. Aguirre es hoy una sombra de sí misma.
Rajoy no es solamente un consumado killer político. Además, es un superviviente sin par. Ha sobrevivido a episodios que habrían tumbado a cualquier otro político en sus circunstancias. Ganó con mayoría absoluta las elecciones de 2011, cuando ya se había descubierto la podredumbre delictiva de la trama Gürtel y, lo que resulta todavía más asombroso, ha superado la publicación de los papeles de Bárcenas. ¿Habría resistido cualquier otro político español unas revelaciones como las de Bárcenas?
Hoy sabemos que, de Rajoy para abajo, todos los cargos dirigentes del PP cobraban sobresueldos, que el partido tenía contabilidad b, es decir, que cometía fraude fiscal sistemático y continuado en el tiempo, y que se financiaba ilegalmente con donaciones de empresarios y constructores que eran recompensados con contratos de las administraciones controladas por el PP. Un escándalo de esta magnitud habría provocado un verdadero terremoto político, llevándose al gobierno por delante, salvo que este estuviera presidido por Mariano Rajoy. A propósito del asunto Bárcenas, Rajoy mintió en repetidas ocasiones, ante periodistas y diputados, y ante la ciudadanía toda. Y quedó en el más espantoso de los ridículos cuando le sacaron los mensajes íntimos que enviaba a su buen amigo el tesorero del partido. Sin embargo, ahí sigue, presumiendo de recuperación económica.
Si Mariano ha aguantado en el cargo el mayor escándalo político de la democracia española, es porque ha jugado bien sus cartas. Supo convencer a los centros de poder europeos (a la Comisión, al Gobierno alemán, al Financial Times, etc.), de que no iban a encontrar a nadie tan dispuesto como él para llevar a cabo la gran devaluación interna del país. Ha seguido el manual de instrucciones escrito por sus jefes con extraordinaria precisión, haciéndose perdonar los pecadillos de la corrupción. Así, ha recortado las pensiones para siempre, ha desregulado el mercado de trabajo, ha metido la tijera en sanidad, educación y dependencia, y ha conseguido que España se ponga a la cabeza en desigualdad. Esto es lo que importa en Europa. Que el partido en el gobierno tenga un sistema de doble contabilidad es más bien un asunto interno.
Pero lo más asombroso de todo fue que, en estas circunstancias, el principal partido de la oposición, el PSOE, lejos de remontar, siguiera perdiendo votos, lo que le permitió a Mariano ganar las elecciones europeas. Obrando como costalero del sistema, Alfredo Pérez Rubalcaba no quiso presionar mucho con el asunto de la corrupción (por no pedir, no pidió siquiera una comisión de investigación sobre Bankia) y encima le ofreció al gobierno varios pactos que este ignoró olímpicamente. Rajoy, sin mover un músculo, consiguió que la crisis se llevara por delante al jefe de la oposición. Mientras el pobre Rubalcaba y sus amigos de El País hacían campaña a favor de la gran coalición, Rajoy se lo pasaba en grande viendo cómo crecía el monstruo Podemos y rompía al Partido Socialista.
Para colmo, cuando se aproximaba el momento de la verdad en la crisis de Cataluña, se descubrió que el santo patrón de la derecha catalana había sido todavía más corrupto que los patrones de la derecha española. Todos, incluso los más próximos, le habían aconsejado que tomara cartas en el asunto y negociase con los catalanes, pero al final su tiempo de espera se mostró más eficaz que cualquier propuesta política.
Así llegó a las elecciones de 2015, con la política catalana en proceso de descomposición y la oposición de izquierdas más fragmentada que nunca. Aunque muchos de sus votantes estaban muy decepcionados, la pérdida de apoyos en la derecha se vio ampliamente compensada por las divisiones entre los partidos de la izquierda: volvió a ganar. Y así acaba esta increíble historia, con Mariano Rajoy gobernando de nuevo. Colorín colorado, este cuento y este país se han acabado.
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