Lo dejo como entrada en el dia de hoy, por si algun lector le da por pensar en lo que Irene nos cuenta sobre los verdaros culpables del caso de la estafa de las Participaciones Preferentes de Bankia, o mejor de Blesa, y todo lo derivado. Y es que cuando un Presidente de un Gobierno, ayuda a un amigo, con dinero de los ciudadanos en lugar de hacerle rendir cuentas ante la Justicia, algo o mucho habra hecho mal ese Presidente por consentidor y colaborador, a traves de lo impresentable.
Yo espero que a nuestro Presidente del Gobierno y a su equipo, algun dia se le pueda aplicar la justicia terrenal, porque con esa es con la que a mi, y a los demas, nos esta jodiendo. De la divina, que respondan los dioses, pero aqui juzgan los jueces. Que Diaz Ferran este en la carcel, es normal. Que quien esta cometiendo mayores desmanes y muchos mas que Ferran, continue haciendo lo que le da la gana, no lo es. ¿Quien pedira cuentas a quienes no paran de indultar y amnistiar la delincuencia?. ¿Quien sera el que haga venir a España todos los capitales fugados para que podamos vivir y levantar España?. ¿O la tenemos que levantar los que nos hemos quedado sin una perra?. ¿Quien tenia la responsabilidad de controlar los capitales españoles?. ¡¡Ah, sí!!. Los de los recursos al Constitucional y los Decretos Leyes. ¡¡Que bien nos lo cuenta Doña Irene!!.
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Jueves, 6 de diciembre de 2012
Irene Lozano
El zulo Bankia
El zulo Bankia
La fase de instrucción del caso Bankia transcurre en un zulo. Se trata
de una sala ubicada en los sótanos de la Audiencia Nacional, cuyas
dimensiones no sobrepasan los 30 metros cuadrados. En ella se amontonan cada día
en torno a 40 personas, sentados en sillas que no distan más de diez centímetros
unas de otras. Sólo el juez dispone de mesa, los demás anotan lo que
pueden sobre sus rodillas, cuidándose de no meter el codo en el ojo al de al
lado. Desde que hace unas semanas comenzaron los interrogatorios, imputados,
abogados y demás personal se agolpan cada mañana ante las puertas del zulo con
antelación. Cada día se juega también a las sillas y los últimos se quedan de
pie. Uno de los asistentes, con presunto dolor de pies, pidió el otro día
permiso para ocupar una silla que había tras el juez. El hecho es excepcional,
pues nadie debe situarse detrás de quien preside la sala: “¿Le importa a su
señoría que me siente ahí?”. “Sí, me importa”, contestó él. Y siguió de pie.
La precariedad de medios con que se celebra el llamado Nüremberg financiero español acrecienta la figura del juez Andreu, que desde el zulo trata de sacar a la luz a diario la podredumbre político-financiera del régimen: la corrupción, el clientelismo, el amiguismo, el despotismo, la falsificación, el fraude, el saqueo, el engaño, la estafa. Cada una de esas abstracciones cobra cuerpo estos días en personajes dignos de Berlanga.
Por allí pasa una campechana ama de casa que asegura no entender más que de lentejas, aunque cobraba como consejera. Por allí desfilan unos sindicalistas que se embolsaban 300.000€ anuales a pesar de que, cuando se les ha preguntado sobre su papel en los consejos de administración, han sabido poco más que balbucir. Allí declaran también los cargos designados a dedo por el duopolio: gobierno y oposición, oposición y gobierno, unidos en el trance. Cuando se les acorrala con preguntas respecto a tal informe del auditor o a cierta reunión del Consejo de Bankia, contestan con frases pintorescas como: “Eso me gustaría saber a mí”.
Todos cobraban sumas millonarias, pero nadie sabía nada. El mérito predominante era el de no hacer preguntas: ni sobre balances incomprensibles ni sobre la generosa retribución a su lealtad. De todo el intrincado vocabulario financiero sólo estaban obligados a conocer una palabra: omertà.
En España, la realidad no imita a la ficción: la desborda. Si un escritor costumbrista se animara a narrar este Nüremberg financiero, los lectores del futuro le tomarían por un mal fabulador. Resultaría sencillamente inverosímil, por más que tuviera documentados los jugosos interrogatorios que desnudan la catadura de los imputados.
Por suerte, el sistema judicial aleja la tentación de novelar: en fase de instrucción las sesiones no son públicas. Y en cualquier caso, las estrecheces de la sala han obligado al juez a permitir el acceso tan solo a un abogado por cada parte.
Hasta el momento, ha quedado probado el desmoronamiento institucional de España, con el propio proceso y las condiciones tercermundistas en que se celebra. Para los juicios de faltas donde se ventilan refriegas vecinales se prevé al menos que la gente pueda sentarse. El Poder Judicial no parece sentirse concernido. Después de su glorioso desdén hacia el drama de los desahucios, deben de andar muy ocupados tramando una campaña de imagen. Una de esas cosas que usted y yo pagamos gustosos para formarnos una mejor opinión de quienes nos hunden.
La precariedad de medios con que se celebra el llamado Nüremberg financiero español acrecienta la figura del juez Andreu, que desde el zulo trata de sacar a la luz a diario la podredumbre político-financiera del régimen: la corrupción, el clientelismo, el amiguismo, el despotismo, la falsificación, el fraude, el saqueo, el engaño, la estafa. Cada una de esas abstracciones cobra cuerpo estos días en personajes dignos de Berlanga.
Por allí pasa una campechana ama de casa que asegura no entender más que de lentejas, aunque cobraba como consejera. Por allí desfilan unos sindicalistas que se embolsaban 300.000€ anuales a pesar de que, cuando se les ha preguntado sobre su papel en los consejos de administración, han sabido poco más que balbucir. Allí declaran también los cargos designados a dedo por el duopolio: gobierno y oposición, oposición y gobierno, unidos en el trance. Cuando se les acorrala con preguntas respecto a tal informe del auditor o a cierta reunión del Consejo de Bankia, contestan con frases pintorescas como: “Eso me gustaría saber a mí”.
Todos cobraban sumas millonarias, pero nadie sabía nada. El mérito predominante era el de no hacer preguntas: ni sobre balances incomprensibles ni sobre la generosa retribución a su lealtad. De todo el intrincado vocabulario financiero sólo estaban obligados a conocer una palabra: omertà.
En España, la realidad no imita a la ficción: la desborda. Si un escritor costumbrista se animara a narrar este Nüremberg financiero, los lectores del futuro le tomarían por un mal fabulador. Resultaría sencillamente inverosímil, por más que tuviera documentados los jugosos interrogatorios que desnudan la catadura de los imputados.
Por suerte, el sistema judicial aleja la tentación de novelar: en fase de instrucción las sesiones no son públicas. Y en cualquier caso, las estrecheces de la sala han obligado al juez a permitir el acceso tan solo a un abogado por cada parte.
Hasta el momento, ha quedado probado el desmoronamiento institucional de España, con el propio proceso y las condiciones tercermundistas en que se celebra. Para los juicios de faltas donde se ventilan refriegas vecinales se prevé al menos que la gente pueda sentarse. El Poder Judicial no parece sentirse concernido. Después de su glorioso desdén hacia el drama de los desahucios, deben de andar muy ocupados tramando una campaña de imagen. Una de esas cosas que usted y yo pagamos gustosos para formarnos una mejor opinión de quienes nos hunden.
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