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Martes, 12/10/2014
Claudio cavó su tumba
La ARMH exhuma en Villalibre los restos del miliciano que murió escondido en su casa y pidió a su familia que enterraran su cuerpo en la bodega. Claudio Macías cavó su propia fosa cuando se sintió morir.
CARLOS FIDALGO | PONFERRADA 12/10/2014
Detrás
del carbón y las patatas, Claudio Macías Fernández se metía en un arcón
en la bodega de su casa cada vez que tocaban a la puerta. Era el
invierno de 1937, o quizá los primeros meses de 1938, no había luz
eléctrica ni ventanas en el sótano y nadie husmeaba nunca en el fondo de
la estancia, oscura y lóbrega, donde el ex combatiente republicano
acabó por cavar su propia tumba cuando enfermó de pulmonía y se sintió
morir. Los restos de Claudio, que no quería meter en más problemas a su
madre y sus hermanas después de que los falangistas asesinaran a su
hermano de 16 años por no delatarle, aparecieron ayer bajo una chapa
metálica y 70 centímetros de tierra blanda, en una nueva exhumación
iniciada por los voluntarios de la Asociación para la Recuperación de la
Memoria Histórica (ARMH) en Villalibre de la Jurisdicción.
Y
todo bajo la mirada de la sobrina de Claudio y de Arsenio, la
octogenaria Celia Fernández, que viajó desde Madrid para ser testigo de
la exhumación y de paso, rellenar con su testimonio algunos huecos de la
historia trágica de sus dos tíos, pero también de la soledad y el miedo
de su tía Manuela, que durante cuatro décadas residió en la misma casa
de la calle Falcón sin contarle a nadie que no fuera de su confianza que
tenía a un hermano enterrado en una cuneta y a otro en la bodega.
Manuela,
cuenta su sobrina, vivió toda su vida con una herida abierta por ello.
«Ella le decía a mis hijos que lo desenterraran una noche y lo llevaran
al cementerio. ‘Pero tía, cómo vamos a hacer eso, entonces sí que nos la
cargamos», le respondían, según Celia.
Se escondía en el arcón
La
anciana era una niña cuando su tío Claudio se ocultó en el sótano.
«Porque no lo buscaran, se metía en el arcón para que nadie lo viera y
como no había luz, ni agua, nadie pasaba de aquí, de donde guardaban el
carbón y las patatas», relata Celia mientras al fondo de la bodega, los
voluntarios de la ARMH están a punto de descubrir las rodillas y el
cráneo del fallecido, rodeados de periodistas y familiares, algún vecino
y algún curioso.
Pasadas
las 12.30, el arqueólogo forense de la ARMH, René Pacheco, anuncia que
han aparecido los restos y revela un detalle estremecedor. «Él mismo se
excavó el agujero para meterse dentro. Las marcas del pico que usó están
en la pared».
El
cuerpo de Claudio se encuentra «en una especie de bañera», según la
define Pacheco, en el mismo lugar, con los pies hacia la pared del
fondo, donde hace tres cuartos de siglo lo había colocado su hermana
Manuela, que por entonces servía en una casa de Ponferrada y todas las
semanas acudía a ver a su madre y a su hermano escondido en la bodega.
«Se lo encontró muerto y ella misma lo echó al hoyo», narraba minutos
antes Celia, que a sus 83 años oye poco y se ayudaba ayer de su hija
Raquel para responder a las preguntas del periodista.
El
temor de Claudio, que aun enfermo encontró fuerzas para cavar su propia
fosa, no era infundado. El ex miliciano había regresado a Villalibre en
el otoño de 1937, tras la caída de Asturias en manos de las tropas de
Franco, y se encontraba en la bodega cuando un grupo de falangistas
llegó a la vivienda preguntando por él. Tuvo que oír cómo se llevaban a
Arsenio. Es casi seguro que también escuchara los tiros que recibió su
hermano pequeño, asesinado a poco más de quinientos metros de la
vivienda, en la curva de Villalibre por donde hoy circula la N-536. Y
sin duda vio las huellas del escarnio que sufrió su madre, María
Fernández—viuda y con sus hijas casadas o sirviendo fuera de casa—
cuando se atrevió a acercarse hasta el lugar donde habían matado a su
hijo adolescente para cubrir el cadáver con una manta.
Rapada y humillada
Los
asesinos todavía estaban allí y también la tomaron con ella. «Le
cortaron el pelo y le pusieron lacitos de colores. Después le dijeron
que no se lo contara a nadie o le pasaría lo mismo», cuenta Cecilia en
la bodega, rodeada ahora sí, de otros periodistas. Entonces calla.
Contiene el llanto.
Pero
enseguida se oye la voz de René Pacheco, que anuncia que han dado con
los restos de Claudio. «Están bien conservados», dice cuando ya asoman
las rodillas y el cráneo.
Con
espátula y paciencia, los voluntarios de la ARMH dedican el día a
retirar la tierra del esqueleto. A las siete de la tarde, los restos
están prácticamente listos para la exhumación, que la asociación
completará hoy, según confirmó a última hora la familia.
Antes,
Pacheco, —y a preguntas de dos activistas uruguayos que preparan un
reportaje para un digital de su país y desconocen la falta de medios y
de apoyo del Gobierno español con los que la ARMH lleva a cabo sus
exhumaciones— había informado al pie de la fosa de que un forense
portugués se ha ofrecido a examinar gratuitamente los restos en
noviembre. «El Estado no interviene. No tenemos ningún tipo de ayuda, ni
económica ni judicial, pero tratamos de hacer esto con una metodología
científica para que, si algún día la Justicia se decide a hacer algo,
que tenga un informe», se quejó. Y lo repitió de nuevo, por si los
uruguayos, —Waldemar García y Iara Bermúdez, que escriben para elreporte.com.uy— no lo hubiera oído bien: «El Estado no hace absolutamente nada. Se desentiende y desampara a estas familias»
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. ..y a su hermano lo degollaron
12/10/2014
La muerte de Arsenio Macías es un relato de terror. Y un trauma que ha marcado a su familia.
Arsenio,
de 16 años, no dejó que los falangistas que buscaban a su hermano
Claudio se llevaran a su madre. Lo contaba ayer su sobrina Celia
Fernández, a sus 83 años uno de los pocos testimonios familiares que
todavía pueden ayudar a reconstruir la historia de los dos hermanos
Macías.
«El día que
vinieron a preguntar dónde estaba escondido (Claudio) no se lo dijeron.
‘Como no lo digáis, venís uno conmigo’,», cuenta Celia que amenazó uno
de aquellos hombres a su tía abuela María y a su tío adolescente. La
madre de los Macías —viuda desde que su marido Venancio se ahorcara 16
años atrás en el corredor de la casa, cuando ya se encontraba
embarazada— se ofreció a acompañarles, pero su hijo se lo impidió y fue
en su lugar.
Arsenio
no habló y los falangistas que buscaban a Claudio «lo ataron a un
árbol, le dieron con un machete en los hombros y le destrozaron la
cabeza», cuenta Celia. Al adolescente, «el niño» al que María y sus
hermanas mayores se había esforzado por criar, «lo degollaron», añade su
sobrina. Y no puede evitar emocionarse. «Que se lo mataran por no
delatarle... eso no lo hacen todos los hermanos...».
A
Arsenio lo buscarán mañana en la curva de la N-536, en una finca de mil
quinientos metros cuadrados. La ARMH ya ha localizado al propietario y
pedido ayuda al alcalde de Priaranza, José Manuel Blanco. En caso de que
la fosa se encuentre cerca de la carretera, el vicepresidente de la
ARMH, Marco González, advertía ayer de que será necesario solicitar un
permiso al Ministerio de Fomento para excavar.
El otro escondido
Claudio
y Arsenio, recuerda Celia, tuvieron menos suerte que su padre, Antonio
Fernández Abella, que permaneció escondido 36 meses en su casa de
Columbrianos. Celia niega que su padre se entregara a al regimiento de
Larache acampado en la zona después de la guerra, según creía la ARMH.
«Mi padre no se entregó, lo detuvieron los moros», puntualiza,
indignada. Era el verano de 1939, los odios habían sedimentado un poco y
su padre, juzgado por un tribunal militar, resultó absuelto.
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