Que esto lo escriba alguien que vive del periodismo, es cuestión de valentía o de cálculos inteligentes.Para hacer un viraje de 180º, si se es monarca no es posible ni volviendo a nacer. Un periodista sí lo puede hacer, basta que se lo proponga.
Pero que uno se pase la vida bailando el agua y de pronto se quiera mostrar como con una mínima imparcialidad, pues tampoco. Para eso hubiera sido necesario vivir para la honesta información y no para rendir pleitesía a la persona adulada. Resulta muy difícil estar en una trinchera y no acabar contagiado por los compañeros de roce.
La prueba es que continúa la esperanza en la decencia del Rey. Con periodistas asi, jamas podra llegar ningún cambio social. No basta con ver las irregularidades. Hay que denuncialas detalladamente, mojándose uno hasta donde sea necesario...
Lo otro es, simplemente, pregonar... Y para rematar, la decencia es otra cosa
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El rey también suspende
08/05/2014
Cuando un jefe de Estado se enfrenta a una cierta desafección pública, algo debe hacer. Por ejemplo, François Hollande ha dado un viraje de 180 grados a su conducta, personal y política, tras los últimos varapalos sufridos en las urnas y en las encuestas. Y yo diría que también el rey de España, que suspende en los sondeos y no culpa a los encuestadores, como hacen algunos partidos políticos, ha iniciado una nueva etapa, quizá la definitiva recta final hacia una consolidación de la Monarquía.
Debemos partir de la base de que se está produciendo un terremoto en los valores hasta ahora más o menos consolidados. Demasiados casos de corrupción, demasiados comportamientos egoístas o irregulares, demasiada impermeabilidad por parte de los representantes hacia los representados ha hecho que los ciudadanos den la espalda a su clase política, a sus instituciones y, hasta cierto punto, también a los mensajeros, que somos los medios de comunicación. Que, por cierto, son los que narran esos interminables casos de real o presunta corrupción que pueblan las páginas de los periódicos y que aparecen en tantas autonomías.
Muchas veces he escrito que es necesario instaurar una nueva forma de gobernar, de ejercer esa representación otorgada por el pueblo a otros ciudadanos con teórica voluntad de servicio a la cosa pública. Pero esos servidores muchas veces han olvidado sus premisas, y se han alejado demasiado del votante que es, a la vez, contribuyente. Y, además, persona.
Creo que el inquilino de La Zarzuela ha entendido bastante bien que ante un suspenso en las encuestas no puede, como hacen otros (muchos) encogerse de hombros, que el funcionamiento de la Monarquía española exige saber que el puesto ha de ganarse cada día y que no solamente la herencia garantiza la permanencia en el principal despacho de La Zarzuela.
Tengo, siempre lo he confesado, un fondo de confianza, crítica pero confianza al fin, en el rey. Y, desde luego, en la persona que le sucederá en el trono. Me parece que Don Juan Carlos, que tantos errores difícilmente perdonables ha cometido, ha entendido el mensaje: no basta con hablar solamente de lo que va bien y menos aún puede bastar el no hablar en absoluto, dejando que los problemas se pudran. España es una sociedad en pleno dinamismo, que ha asumido recortes y sacrificios con un grado mínimo de protestas, un país en el que las desigualdades sociales escandalosas no pueden prolongarse mucho más, una nación necesitada de reformas que profundicen su democracia.
El rey habló de la necesidad de «regeneración» en su último discurso de Navidad. Ya digo: me parece que él está entendiendo, ha entendido, el mensaje. Creo que otros no han entendido el mensaje que él ha enviado.
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