Eso es lo que le ocurre, al presente comentario o "columna" de Rafael Torres: Hay Escraches y Escraches. Lo posteo en el Blog para disfrute de los lectores. Supongo que la mayor sufridora, por la práctica del escrache, sera la señora esposa del guaperas dimitido. ¡¡Que trague quina!!
De oca a oca, y, cada uno se jode cuando le toca.
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Lunes, 1 de abril de 2013
Hay escraches y escraches
La verdad es que el escrache tiene más de encuentro que de hostigamiento.
Si las víctimas de las diabólicas hipotecas y de su consecuencia
lógica, los desahucios despiadados y masivos, y no digamos las víctimas
de la macro-estafa de las Preferentes, se encontraran con los políticos y
banqueros autores o cómplices de las mismas en el metro, en la cola del
paro, en el ambulatorio o en el "super" del barrio, podrían
comunicarles allí su tragedia, explicarles los pormenores del caso,
manifestarles con toda la urbanidad del mundo, que es la que suelen usar
las personas decentes, su disgusto, y plantearles sus puntos de vista y
sus exigencias ciudadanas, pero como la gente normal no se topa con esa
otra en ningún sitio, pues transitan por mundos y realidades
diferentes, no le queda otro remedio que ir al único sitio donde
pudieran hallarse, esto es, a sus barrios elegantes, a las pulcras
calles donde moran, a las aceras por las que acaso pudieran pasearse.
Dicho esto, y antes de adentrarnos en la elucidación de la
pertinencia o no de ese encuentro, conviene recordar que esos barrios,
esas calles, esas aceras, son espacios públicos, también de los
desahuciados y de los atracados, y que el derecho a expresarse de viva
voz es consustancial a las necesidades y a la dignidad del ser humano.
Lo de ir a pegar voces a un portal es, con casi total seguridad,
desagradable, tanto para el que las oye como para el que las profiere, y
que, de poder elegir, preferiría estar en otro sitio, en su casa por
ejemplo, o en el trabajo, o en la compra, dedicado a los menesteres
ordinarios de la vida. Lamentablemente, si a uno le quitan la casa, y el
trabajo, y la capacidad de subvenir a las necesidades de su familia
porque el Estado le ha sustraído su patrimonio, lo de ir a dar voces a
un portal, acción, insisto, particularmente indeseada por los forzados a
ejercerla, es lo menos que puede pasar. Ignorar eso es desconocer
descabelladamente, o pretenderlo, la naturaleza humana y la fuerza
indomable que es capaz de desplegar cuando siente amenazada su
supervivencia.
A tiempo está el Gobierno de considerar los peligros de jugar
con fuego. ¿Quién le ha contado a Rajoy, o a De Guindos, o a Fernández, o
a Montoro, o a Cifuentes, que las personas aguantan lo que les echen y,
sin tasa, todo el maltrato que se les quiera inferir? ¿Dónde han visto
que un padre no esté dispuesto a sacrificar la propia vida por sus
hijos, esto es, por su pan, por su habitación, por su futuro? Hay, en
suma, escraches y escraches, y el de los portales no es nada al lado del
que sufren hoy, de quienes debieran defenderles, millones de españoles.
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